domingo, 9 de agosto de 2015

Medianoche

Bajo aquel cielo yacíamos iluminados únicamente por las brillantes estrellas y las luces incandescentes típicas de la ciudad que habitábamos. Los paisajes efímeros que podía observar era una delicia para la vista, qué extraño como las cosas más hermosas y complejas de la vida suelen parecer tan triviales. Ciertamente nada es trivial y en el transcurso de nuestro recorrido iniciado hace un par de meses lo había confirmado con cada segundo que pasaba. Y allí estaba él, conduciendo mientras cantaba su canción favorita para mí, pertenecíamos a las solitarias carreteras y a las ciudades frías – las cuales solíamos tornar en un fuego tan vivo como nuestra pasión –. Siempre me susurraba entre besos el nombre del lugar al que nos dirigíamos, pero esta vez solo me dedicó una sonrisa. Desde que comencé a tener uso de razón me enamoré del misterio, pero no sabía qué era realmente el misterio hasta conocerle. Aparcó en una calle cercana, dicen que los autos son innecesarios en los viajes si quieres conocer, y así era para nosotros. Tomó mi mano, antes de que pudiera reaccionar ya habíamos recorrido desde un par de boutiques hasta los jardines de flores – mientras estuve danzando entre sus brazos con el olor concentrado y dulce nublando mis sentidos  –. Eligió un restaurante poco conocido ambientado a la época de los setentas de dicha ciudad, debo admitir que me enamoré más de aquel hombre con tal decisión. A las nueve menos quince y vistiendo aquel vestido de encaje negro que tanto había amado en mí me encontraba a su lado nuevamente mientras tomaba todo el escocés que se había perdido en las dos últimas noches y me dispuse a pedir vino – decisión que desataría un caos mágico en el universo –. Entre cada beso, trago y pensamiento compartido nos perdimos por horas, y fue a las dos de la madrugada que de camino al hotel comencé a derramar lágrimas sollozando al unísono con el cielo, que como parte de sí me arrulló junto con los latidos de su corazón que buscaba escapar de aquel cálido pecho. La habitación tenía varios mesones con flores, velas aromáticas y un par de botellas de un fino alcohol, me decidí por la dulzura del vino sin pensarlo dos veces y él disfrutó seguidamente de su escocés. 
Suspiré y al instante dejó reposar sobre la mesa aquel vaso que sostenía, me abrazó desde mis espaldas y sonreí mientras recorría mi cuello con sus labios. Al girarme disfruté una vez más de aquella droga que eran sus labios sobre los míos, cada vez con mayor intensidad haciéndome desearle con tal fervor que me dejará siendo meramente cenizas. Ardí en sus labios, entre sus brazos, una y otra vez hasta que me dejó desmoronarme con la delicadeza de un ángel y la sensualidad digna de una diosa griega. 
Se recostó a mi lado con la tenue luz de las lámparas a penas alumbrando nuestros rostros, me besó de manera brusca pero con una dulzura escapada del cielo – combinación que solo él sabe lograr –. Me fundí en mí misma, tanta lava quemaba mis débiles venas pero le dejaría desarmarme.
Sentí como lentamente me aprisionaba entre sus brazos en aquella habitación con olor a lujuria embriagante, cada vez anhelaba más sus labios sobre mi piel y su amor llenándome mientras recorría con sus largos dedos mi columna vertebral generando pequeños espasmos en mi cuerpo, que yacía en su pecho donde escuchaba esos latidos acelerados que una vez la hicieron dormir. Recorrí su pecho de nuevo, perdida en aquel caos mágico que era él. Alcé la mirada por última vez aquella noche, me perdí en sus ojos. Y fue allí, pasadas las tres de la madrugada, que entendí lo que era estar perdida y luego encontrarse.

sábado, 1 de agosto de 2015

Violeta

Algunas veces me gustaría poder controlar las emociones que siento con el simple hecho de recordar sus palabras exactas en mi mente como si se tratase de un reproductor cuya canción capaz de reproducir sea la misma siempre, la ira se expande por mi cuerpo como el cáncer y quema mis extrañas. Deseo matar, golpear, y cualquier otro acto brutal e indecente que se cruce por mi mente a pesar de que dicha persona deba, en teoría, ser parte de mi felicidad – que por cierto es inexistente –. Sin darme cuenta mis puños arden de un rojo cereza y las numerosas lágrimas se deslizan por mis mejillas haciéndose más cada vez a la par de mis golpes a la pared de concreto que me encerraba en esta maldita habitación. Por supuesto, debía controlarme pero mis pensamientos y mi imaginación rara vez acatan las órdenes que ordena vagamente mi cerebro.
Me sumí en una gran oscuridad y justo allí observé sus ojos, llenos de miedo, en los que se reflejaban claramente los míos llenos de ira como si se tratara de un gran espejo, debía darle un fin a su atorrante existencia. Le quería, sin duda, pero eran más las tristezas y rabias que traía a mi vida por cosas innecesarias que las felicidades que me ofrecía. Quizás sea demasiado egoísta como para entender que seré feliz con o sin su presencia. O quizás demasiado ciega como para notar que cualquier palabra emitida por sus labios me daba ganas asfixiantes de tornar sus cuerdas vocales en las grandiosas cuerdas de un chelo como en aquel programa que vi una noche de esas donde los sentimientos me abrumaban. 
No sé dónde está mi felicidad pero sin duda es lejos de este lugar y toda su repulsiva gente. 
Tal vez me arrepienta de mis palabras.
¿A quién engaño? Jamás me he arrepentido.

jueves, 21 de mayo de 2015

Noche sin Luna

Me pidió que le olvidara pero olvidó enseñarme como no buscarle en cada multitud, como dejar de esperar sus mensajes cada mañana, como enterrar en mis recuerdos su sonrisa, como escuchar sus canciones favoritas sin pensar en él tarareándolas en mi oído en aquellos viajes cortos, como apagar el anhelo dulce de los martes por la tarde, como no perderme en mis recuerdos al escuchar su nombre en otros vacíos labios, como dejar de pensar en su manera de decir mi nombre tan suave que me hipnotizaba con cada sílaba danzando en su lengua, como oler su perfume en alguien más sin abrumarme, como leer poemas sin leer tu nombre entre líneas, como conocer personas sin buscar similitudes con él, como sentir el más mínimo roce cálido con mi piel sin esperar que fuese suyo, como dejar de buscar la esencia de sus besos de miel en cada sabor que roza mis labios, como escuchar los latidos de mí moribundo corazón cual eco del suyo sin sentir como muero con cada segundo, como sentir mis lágrimas deslizándose por mis mejillas a pesar de que tus manos secándolas serían solo un fantasma creado por mi mente.
Y aunque me lo hubiese enseñado, con su partida lo habría olvidado. 

lunes, 6 de abril de 2015

Reflejo

Frente a aquel frío lago, todo lo que podía sentir se resumió a la fría nieve que reposaba bajo mis muslos y mis manos cubiertas con una gruesa capa de lana para protegerme, tal frío me recordaba a la frialdad de tu corazón pero.. Esta vez yo no tenía protección.
El viento golpeaba mi rostro tan fuertemente que creí que me convertiría en una muñeca de cristal hasta ser quebrada por la suave ira de los vientos que susurraban tu nombre, mi cabello danzaba tan libre aunque cada fibra sabía que aún me encontraba cautiva en tu corazón – que maravillosa y agridulce decisión–.
Frente a aquel frío lago, que se reflejaba en el cielo cual espejismo perfecto, se deslizaban gotas de los cielos como lágrimas tan azules aunque solo era el inicio y seguían así hasta rozar sus horizontes, donde la tenue luz provenía de un invisible sol.. Vaya, incluso el sol había perdido su calor, como la luz que iluminó mi corazón, perdida, reflejada en la extrema palidez de mi rostro demacrado, mis ojeras tan oscuras que se asemejaban a mis horas sin ti y el café de todas mis mañanas, y la tristeza que inundaba mis ojos tan azul como el océano mismo.
Mi respiración entrecortada y escasa como cuando te encuentras a pocos centímetros de mí, mis pensamientos perdidos en la belleza de aquel frágil paisaje, buscando tu rostro en cada lugar al que me dirijo, anhelando cruzarme con tu mirada tan pesada que podría confundirse con los pecados que cargaba sobre mis hombros y el mismísimo infierno incendiando mi ser pero cuyo fuego poco a poco de desvanecía como mi sonrisa al ver que te habías ido.
Cómo desearía que hubieses permanecido allí, desearía que pudieras conocer la manera en que mis historias siempre terminan en ti, desearía sentir tu calidez como el whiskey que quemaba mis entrañas en aquellas noches de soledad, desearía no ser un lirio a flor de piel.
¿Qué estoy diciendo? Oh, si tan solo pudieras escucharme. Soy tu lirio a flor de piel, soy adicta a ti y al agridulce sufrimiento. Te anhelo, te anhelo de la forma en que los pájaros desean llenar los espacios vacíos con su dulce canto y abrir sus alas tan libres como la palabra misma, como un corazón necesita latir.
Pero a la vez me invade un temor que ni los más horribles monstruos presos en la mente de cualquier desquiciado podrían causar, el miedo de perderte. Te deseo como mi pequeño secreto, como la más valiosa obra de arte o el manuscrito de mi escritor favorito, solo para mí. Sentir como te fundes en mí en cada segundo que pasa, como un tatuaje sobre mi piel y mi corazón está tu nombre.
Te necesito como cualquier bastardo necesita un cigarrillo a media noche cuando solo le acompañan sus demonios y pecados. En cada palabra que escapa de mis labios, te amo.
Sin duda, usted me confunde.

jueves, 29 de enero de 2015

Esbourne

Varias horas de camino a su lado solo resultaron en lágrimas al oír sus palabras tras un pequeño silencio entre nosotros, con cada letra que danzaba en su lengua llenaba mis ojos de tristeza, y luego una disculpa vacía como una segunda daga a mi corazón.     
[...]                                 
Recorriendo las frías calles de Esbourne en aquel día nublado hasta toparme con aquel parque ambientado a la mejor época de dicha ciudad y la fuente de gran tamaño en medio que todos los habitantes conocen. En menos de un cuarto de hora ya me encontraba aferrada a los brazos de aquel juguete mecánico del que dependía, al terminar los minutos prometidos seguí por un túnel agradable que daba a la salida de este juego rodeada por un mar infinito  en el que me sumergí alejandome de ese pequeño puerto de madera. Mar color de té, rodeada de parejas que se besaban apasionadamente. 
Fuegos artificiales y personas desconocidas esbozando sonrisas al toparse con los ojos de quien los viese. Esbourne era una ciudad preciosa y en estas fechas de celebración de la misma, era preciosa como admirar un atardecer en compañía de un buen vino y un cigarrillo. Entre la multitud pude divisar una edificación que llamó mi atención con el nombre de la ciudad en grandes letras, con luces y fuegos artificiales que la hacían destacar en aquella noche oscura como el color azabache de mi cabello danzante. 
A medida que me acercaba adoptaba más características de ser una iglesia, que luego de recorrer largos pasillos con paredes blancas y escaleras interminables, que al llegar a su punto  máximo, tenia una habitación de sanitarios ambientada en tonos rojos y pinturas preciosas de aquella ciudad con ventanas que daban al exterior.
El eco retumbó en el lugar al emitir mis palabras pero sabía que allí había alguien al sentir el aire pesado por su respiración. 
Oí una respuesta. Sarlee, -mi amiga de la infancia- se encontraba allí. Sentí un respiro de alivio escapar de mí y la esperé afuera contándole mi experiencia. Nuestras risas llenaron el vacío de la habitación hasta que la mía cesó al sentir las manos de alguien deslizar una prenda hasta mi cuello y apretarla con fuerza alrededor de él.
La adrenalina recorría mis venas y el miedo las quemaba a su paso.
Se alejó al recibir un golpe con un objeto que encontré y al ver su rostro desconocido alejándose volví a las tranquilas calles de Esbourne, encontrándome con el hombre que realmente deseaba volver a ver luego de huir - impulsivamente - de aquella ciudad en la que nací.

sábado, 17 de enero de 2015

Cielo

Y el océano lentamente la abrazaba, aprisionándola en sus juegos y ahogándola en su soledad que ya no deseaba más, perdida cada vez más profundo en su sufrimiento hasta que él hizo de dicho oceáno su hogar, abandonando su infierno, mientras solo deseaba encontrar a su amada y en sus brazos sostenerla hasta que todas las pequeñas gotas que ese océano quería mantener en ella se deslizarán como si no significasen nada, besarla hasta que sus mejillas dejasen de inundarse en su propio dolor y sus labios dejasen de temblar al sentir como su propio infierno buscaba arrastrarla nuevamente, acariciarla hasta que cada pequeño trozo que alguna vez estuvo roto en aquella frágil «muñeca de porcelana» volviera a su lugar encajando como si de un rompecabezas se tratase y cada herida sanara hasta que no ella misma recordase que tuvieron espacio alguna vez en su corazón y su pálida piel.
Y ella, convertida en una tormenta de agridulces emociones, solo soñaba con sus labios posándose en los de él hasta derretir su gélido corazón, sus dedos dibujando caricias en toda su cálida piel como si fuese el lienzo anhelado por aquella artista, fundirse en él con cada abrazo que compartían y hacer que su corazón latiera junto al de su amado al unísono como una perfecta canción que solo ellos sabrían tocar una y otra vez, admirar como se dibujan las sonrisas en su cansado rostro y besar sus pequeños lunares que tanto amaba.
Él solo deseaba salvarla y ella solo deseaba salvarlo, pero sin darse cuenta se salvaron el uno al otro de cada infierno en el que habitaban, ardiendo juntos con una sonrisa.