sábado, 17 de enero de 2015

Cielo

Y el océano lentamente la abrazaba, aprisionándola en sus juegos y ahogándola en su soledad que ya no deseaba más, perdida cada vez más profundo en su sufrimiento hasta que él hizo de dicho oceáno su hogar, abandonando su infierno, mientras solo deseaba encontrar a su amada y en sus brazos sostenerla hasta que todas las pequeñas gotas que ese océano quería mantener en ella se deslizarán como si no significasen nada, besarla hasta que sus mejillas dejasen de inundarse en su propio dolor y sus labios dejasen de temblar al sentir como su propio infierno buscaba arrastrarla nuevamente, acariciarla hasta que cada pequeño trozo que alguna vez estuvo roto en aquella frágil «muñeca de porcelana» volviera a su lugar encajando como si de un rompecabezas se tratase y cada herida sanara hasta que no ella misma recordase que tuvieron espacio alguna vez en su corazón y su pálida piel.
Y ella, convertida en una tormenta de agridulces emociones, solo soñaba con sus labios posándose en los de él hasta derretir su gélido corazón, sus dedos dibujando caricias en toda su cálida piel como si fuese el lienzo anhelado por aquella artista, fundirse en él con cada abrazo que compartían y hacer que su corazón latiera junto al de su amado al unísono como una perfecta canción que solo ellos sabrían tocar una y otra vez, admirar como se dibujan las sonrisas en su cansado rostro y besar sus pequeños lunares que tanto amaba.
Él solo deseaba salvarla y ella solo deseaba salvarlo, pero sin darse cuenta se salvaron el uno al otro de cada infierno en el que habitaban, ardiendo juntos con una sonrisa.

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