sábado, 13 de diciembre de 2014

Rompecabezas

Piezas a las que la vida le dio su dispareja forma, delineadas con los dolores pero también las alegrías que le rodeaban. Una de ellas, la fría y misteriosa rubia de sentimientos cálidos, fuerte y débil ante el amor que se infiltró en sus venas y derritió su gélido interior –filoso como cuchillas ante quien intentara acercarse–, y vale más que su lugar en el espacio. Una, la morena irregular e inestable, que a pesar de su pequeño tamaño –por las porciones que había perdido– tenía una voluminosa cajita de secretos en sí misma, que siempre tenía sus puertas abiertas si sabías encontrarle la llave a la cerradura de su alma, como pañuelo de lágrimas. Y otra, la más suave e inigualable, que hasta aterra tenerla en tus manos por miedo a romperla en miles de pedacitos que quizá nadie sabría reparar pero que sin duda era un conjunto de supernovas de alegría a pesar de su profunda tristeza.
Y la última, con su cálida frialdad te llena de cariño a pesar de que la impulsividad se adueñe de cada gota de su sangre y rasgue tu interior como dagas cuando le tocas, pero que llena el espacio que nadie más sabría ocupar como lo hace, que nadie sabría conocer como lo hace.
–Indispensables en el rompecabezas que es mi vida–.
Y al juntarse a mí, la pieza faltante, así nace la perfecta imagen, lugar al que por fin siento que pertenezco y me llena de una serenidad como si de un tranquilo bosque se tratase, en el que no hace falta mantener mi máscara angelical.

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