De nuevo me encontraba bajo aquel nublado cielo, a penas anochecía para el momento en que estuve completamente desolada, me sentí cual bosque a medianoche. El único sonido presente era el del tacón de mis zapatos chocando con el suelo y el maullido suave de mi gato que había decidido seguirme, intenté ser sigilosa pero el estruendoso ruido se colaba entre el silencio que inundaba el lugar, y con las manos en los bolsillos decidí buscar un cigarrillo y mi encendedor. ¡Oh!, como quisiera haber prestado más atención en ese momento. Proseguí a encenderlo y llevarlo entre mis labios para succionar aquel suave veneno al cual era adicta hace años ya. Mi mente era un torbellino de situaciones, saltando de una a otra, dejando ideas, fantasías y memorias incompletas con el deseo de escapar de ellas. Luego de un rato caminando sin rumbo alguno caí en cuenta que no se puede escapar de lo que se encuentra dentro de uno mismo, a pesar de que eso nos hiera. El ruido de una manivela me exaltó sacándome de mis pensamientos pero no le di importancia, hasta que noté que mi gato había desaparecido y el ruido se hizo más estruendoso y molesto que mis propios pensamientos. Al girarme me encontré con una figura grotesca que triplicaba mi tamaño, estaba formada por partes de alumbrado público característico de la zona para la época en que vivía, relojes y quién sabe qué más cachivaches antiguos con aspecto metálico. Su voz era gruesa, fácilmente podría ser atribuida a algún personaje creado por Lovecraft o Poe, y retumbaba en cada uno de mis órganos infundiendo miedo a los mismos de manera instantánea. Me miraba extrañada y con una sonrisa burlona, al ver mi rostro helado por el horror, preguntó por mi madre. Claramente, conocía mi situación y mis sentimientos, pero ¿cómo habría de saberlo si no era más que un monstruo?
Al no obtener una respuesta de mi parte la bestia comenzó a rechinar y gritar mientras tiraba de las solapas de mi chaqueta buscando elevarme a la altura de su rostro. Su mirada enfurecida se centraba en mí. Seguía sin poder contestar y la bestia perdía poco a poco la escasa cordura que poseía, sabía lo que iba a ocurrir pronto y en ese momento decidió arrojarme contra una pared de piedras grises con poca iluminación pero aun así podía ver su cuerpo corpulento acercándose de nuevo a mí, pero esta vez me levantaba para llevarse consigo a lo alto de un edificio donde podía verse la ciudad entera. Rogaba al cielo que alguien pudiese oír mi sufrimiento a pesar de que no podía emitir ni una palabra. Y justo allí, en la punta más alta, decidió darme una última oportunidad. Quisiera haber podido decir algo pero no se detuvo a pensarlo una segunda vez cuando me soltó en caída libre, ya estaba por detenerse mi corazón por latir tan rápido, mi mente se desbordaba y mi respiración fallaba constantemente.
Y de pronto.. Desperté, con lágrimas en los ojos y él a mi lado, abrazándome fuerte. Seguía sumido en sus sueños pero aun así me sostenía. Levanté la mirada y me encontré con su cabello despeinado, sonreí porque me encantaba cuando dejaba su cabello de esa forma, luego delineé su rostro deteniéndome en sus labios recordando cada beso que con ellos había posado en mi cuerpo -dejando un breve un ardor a raíz de la pasión- la noche anterior, no me resistí y deje que mis dedos danzaran en sus labios propiciándole caricias tiernas y casi imperceptibles. No pude evitar fijarme en su cuello; me sonrojé al ver cómo los restos de labial y pequeñas marcas purpúreas se extendían hasta el final de su torso. Y luego al mirar mis muñecas, sentí mis mejillas arder incluso más al ver las marcas rosáceas producto del roce con sogas y pequeños recuerdos se presentaron en mi mente, por un momento sentí su aliento acariciar mi cuello, haciéndome arder por dentro, avivando mi deseo por sentirle nuevamente haciéndome suya. Sentí su mano tierna posarse en mi mejilla pálida mientras plantaba un beso en mi frente, me serenó. Noté su calidez, y la manera en que los latidos de su corazón habían sido mi canción de cuna desde el momento en que toqué por primera vez aquella cama, y sin duda me hacía sentir como en casa incluso cuando solo era un desconocido para mí. Nuestros corazones entraron en sincronización perfecta.
Entrecerraba mis ojos cada par de minutos por el trance al que entraba mi cuerpo, pero antes quería detallar por última vez su entera presencia porque era ese tipo de persona a quién los artistas le escriben los más preciosos versos o las más dulces sinfonías en su nombre. Era la persona que mi locura buscaba. Sonreí para mí y susurré el más puro de los te amo que pude decir.
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