Atravesó el pórtico y sintió como el ambiente se llenaba de pesadez y cierto grado de malicia que aumentaba cada vez que se adentraba en el lugar, su aspecto desgastado, como si se le hubiese abandonado hace ya una o dos décadas, le causaba un grado de curiosidad tal que tomaba control de su cuerpo y sus movimientos.
Las paredes repletas de pinturas y fotografías con escenas entrecortadas que seguían una secuencia de una forma ¿ordenada y desordenada a la vez?, que sacaban a relucir la locura y dulce agonía de su autor, observaba cada uno de ellos y se deleitaba hasta por el más mínimo detalle que estas presentasen. A lo lejos había una cortina, a medida que el largo pasillo llegaba a su fin, la veía más claramente. Apresuró su paso y al encontrarse con la cortina al alcance de su mano, que en algún tiempo atrás había sido de color blanco como la nieve en las cumbres y tan puro como el dulce semblante de la inocencia, la hizo a un lado para encontrarse con una puerta con la que forcejeó, rogando para sí que cediera, y como por arte de magia en cuestión de un segundo ya se encontraba al otro lado de esta pequeña separación entre ambas zonas. La escena de una gran mesa rectangular con un mantel azul pálido y uno blanco que le cubriera como base para todas las tazas de diferentes tamaños que en ella se encontraban, con sus respectivas sillas de marfil ordenadas perfectamente en cada extremo, delineadas por flores y plantas que se enredaban sutilmente por su contorno. A lo lejos un hombre se encontraba sentado bajo un árbol con un sombrero inclinado que le cubría el rostro, cabellos claros que se desordenaban cada vez más con el compás que marcaba el viento y hacía bailar a su antojo cada uno de los rizos de aquel rojizo cabello. Sintió como varias miradas la analizaban como si de un animal extraño se tratara, una taza se quebró y torpemente ella se giró a observar el desastre pero se encontró con un par de ojos grandes en cuerpos pequeños llenos de sorpresa, ternura y algo de temor. Sus mejillas ardieron como todas su pasiones se revelaran en ellas con la delicadez de los pétalos de una rosa al danzar sobre el frío viento en la oscura mañana.
Uno de los pequeños animales, parecido a un conejo, no paraba de balbucear sobre el tiempo y señaló el interior de la casa, por lo que fue el camino que decidió tomar de vuelta. Pero el interior era distinto, como si en su breve salida alguien hubiese desordenado el rompecabezas que se encontraba a medio armar. Le impresionó el – otro – gran pasillo que la recibió, a cada paso que daba aparecían a lo lejos más y más habitaciones con vidrieras del mismo tamaño de la estatura de la chica, cada una con un personaje distinto que mantener enterrado en la profundidad de sí. El aspecto demacrado y vacío de uno, la dulce inocencia que desprendía otro – lo que le hizo preguntar qué haría alguien como él allí –, la ira que se dibujaba en la mirada de quien le seguía, la melancolía que escapaba por la comisura de aquellos labios, la indiferencia que se apoderaba de su rostro al solo permanecer inmóvil allí.. Y así, de alguna forma, iba recorriendo el lugar que le invitaba a seguir allí como un imán a su alma, hacerle su hogar.
Se encontró con unas largas escaleras que al sentir el mínimo contacto emitían un agudo alarido, de la misma manera que gemía ellas callaban. Al final del extenso conjunto de escaleras aparecía una puerta bastante conservada, delicada y fría como el corazón de las rosas más blancas en el invierno gélido, pero tan oscura como los ojos del más vil de los cuervos. Dejó ir la puerta tras sí y la oscuridad se apoderó de la habitación. Una ligera y débil respiración viajaba por el aire y al chocar con sus oídos era como si el espíritu de sus pecados estuviese a su lado, recordándole cada uno de ellos.
Paseando sus temblorosas manos por las frías paredes de concreto. Descubrió el botón que terminó siendo el que encendió simultáneamente la luz de un par de velas y a su tenue luz presenció a una figura de grandes dientes disparejos, ojos saltones, piel como el terciopelo del negro de la noche teñido con los miedos y pecados de su artista, y la rabia que escondía su rostro como una máscara solo era digna de una traición. Emitió un gruñido cuando ella intentó acercársele. Intentó abandonar la habitación con movimientos frenéticos mientras la desesperación le llenaba el alma, oía risas al otro lado de la puerta, cuando éstas cesaron también lo hizo la fuerza ejercida en contra de ella.
Sintiendo en cada vena de su cuerpo el flujo de la sangre que golpeaba como un huracán a su pálida piel sobre ellas, tomó otro camino en el laberinto que conformaba aquel lugar, había cambiado nuevamente pero esta vez no maldijo para sí aunque no le gustase algo tal como los cambios. Todo estaba en pleno silencio hasta que alcanzó el punto más lejano del gran acertijo en el que se encontraba atrapada, allí – y, sorpresivamente, en total libertad – se hallaban todos aquellos extraños que ahora le conocían mejor que ella misma. Ruido, ruido, ruido y más ruido… Era un caos infernal en aquella habitación, un deseo que le hacía arder sus venas como si en ellas solo hubiese lava le controlaba cual títere, se sorprendió a sí misma cuando se encontró dentro del desastre sin siquiera notarlo. Sentía sed, sed de caos… Sed del caos del autor de tan agridulce ruina. Ganas de arder en su infierno.
Fue así, perdida en un sinfín de pensamientos, que notó el lugar en el que ahora se encontraba.. his own freakshow.
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